Las manos hambrientas y la lengua dudosa.
La noche que la vi me habló de infiernos y drogas.
Me dejo tiritando con su show suntuoso y sus escenas de cama.
Pájara sobre la rama más alta,
revoloteando caliente en la barra de acero de aquel bar.
Lo que quedaba de aquellos hombres se limpiaba la baba
y carraspeaban sus gargantas mojadas con whisky de garrafa.
Aprendió a escapar de madrugada cuando le da por recordar.
Y si el drama la empapa le da por rezar bajo la cruz de la farmacia.
Era bruja.
La ruina de su sangre,
pues con nadie se dejaba casar.
Ella estaba por alguna parte, haciendo llorar a su padre, recostada sobre la entrepierna del viejo capitán.
Con el espíritu pintado blanco cocaína, risueña por estas calles la han visto huyendo del final.
Tres de la tarde.
Fotos suyas saliendo del portal.
Labios hinchados, gafas oscuras y discretas, caminar de modelo, sonrisa de matar, amapolas en sus arterias, en su falda restos de semen, en su rostro ardiendo las mismas ganas de no cambiar.
Desde las alturas mientras en su salón se viene y se va, siente que no quiere dejar de fallar, vacilar al destino, prenderle fuego a toda posibilidad, ir ciega hasta el borde y sin despedidas fingidas saltar.
No quiere cura. Ella vino a gestar sus crías, vino a expandir su plaga.
Ella deja a los hombres sin aliento,
los deja llenitos de miedos,
ninguno aguanta mirar esa cara.
Pandora vuelca sus virtudes mientras al aire abre las sábanas de su cama.
Nacida del affaire divino de Medusa y Dionisio.
Genera guerra y los designios del conquistador.
Aún por aquí todos dibujan su nombre, y todos la olvidan bajo prescripción.
En la puerta de los baños que manchó de locura y sexo,
aún sigue limpia su inscripción.
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