viernes, 23 de marzo de 2018

Homilía.

No sabes del fuego.
Tú no sabes de puertas de atrás, no recuerdas las señales,
no viste con claridad la tempestad arrítmica.
Estoy con el diablo.
He volcado todas las drogas a ver si me provoca amnesia transitoria,
a ver si viene a verme Dios o voy yo a verlo a él.
Me dejé la cordura por algún antro de mala muerte,
repleto de profesores de mala vida,
psicólogos, psiquiatras,
impartíamos clase con disciplina militar,
ellos sólo querían olvidar, aprender piruetas,
hacer parkour dentro de las cabezas.
Observo todo ese continuo devenir de lacras, ese desfile en Milán de arte contemporaneo y performance.
Al final todo se reduce al móvil que desata el crimen,
casi siempre sincericidio en defensa propia, y cadena perpetua.
Me robaste lo más valioso que tengo. Tiempo.
Fue como abrir los ojos mientras saltas al vacío desde el ático.
Te me apareces divina pero humana,
y yo me siento demasiado humana y nada divina,
solo quiero hacer que te corras una vez más,
después mándame al infierno si quieres, pero ven a verme,
o llévame contigo,
llévate en el bolsillo un trozo de incendio.

Estoy en el banquillo del acusado,
y mi juez y abogado soy yo.
Es una película que se repite.
Me la sé.
Yo como Michael Scofield, llevo el mapa de la huida tatuado en la piel.

Nosotros tan de marcarlo todo,
enfocar todo, dirigir todo,
vamos pasando la vida con la vista fija hacia el horizonte de nuestra propia existencia,
y se trataba de mirarse dentro a uno mismo y nutrirse de la tierra que se pisa.

En frente hay un abismo siempre,
y cuando se pone delante no se puede esquivar,
no decides nada, a la vez repartes las cartas de la baraja,
y el destino, el universo, en tu camino surcado juega su baza.

El cielo y el infierno están dentro del cuerpo.

           

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