Se abalanza sobre los poetas mientras escriben y desnudan las pulsiones.
En tu boca tijeras,
los cortes donde se tamiza mi pureza,
sólo dejan un jardín de vértigo y dolores,
reguero de relojes y lírios violetas.
Dormir contigo era abrazar una duda segura,
un corazón libre preso del hambre y la carne.
Clandestino e irremediable.
Y no volverá a ser igual.
Cuando llega el frío entre verdades daltónicas y sinuosas,
fuera de lujos, fuera de llantos,
nos hacemos viejos, y nada queda.
Me iré como vine, desnuda y extraña.
Náufraga en océanos internos,
cegada en un eclipse de mis manos y tu cuerpo.
Traje de huellas y experiencia.
Sin nada que decir a los demás,
con mucho que limpiar,
siempre a punto de borrar esa pena que ya no habita nadie.
En las paredes arte que se desquita después de doler.
Sólo soy libre cuando lo hago en tu nombre.
Tan sólo adicta al néctar de tus enjambres mentales.
Me queda media vida sin tocarte.
Esa locura me hace frente,
respiro profundo mientras amanece en llamas lo de dentro.
Juego de opuestos, laberinto de domingos, y lunes, y martes en un agujero.
Sobrevivir a la juventud, ese es el milagro.
Hace tiempo que no cerramos el siglo todo puestos,
el camino se hace con pasos inciertos,
con los ojos tapados,
pues somos otros cuando estamos fuera del espejo.
Cerca del motivo del niño para crecer,
aquella tarde yo te vi arder y olvidándome,
deshojar esa flor y empezar a perderme cuando los pétalos caían a tus pies.
Yo probé esa noche, pero metástasis feraz de ti dentro de mis raíces.
Dime a dónde me llevan estos días grises.
A cualquier octubre roto. Un paseo de un sentido sin retorno.
A tus ojos interminables.
Imágenes guardadas en lingotes.
La paz está en otra parte,
en el futuro que llegue tarde,
en la suerte del presente.
En la guerra púnica contra el tiempo y su vaivén.
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